A María Cecilia, para que entiendas la trascendencia de este gol.
A Felipe, por incitarme a escribirlo.
A Marcelo Pablo Barticciotto Cicaré, protagonista de esta historia.
A los Colocolinos.
Mirando perdidamente al suelo,
envuelto en un gesto de extremo dolor y culpa, ni siquiera fue capaz de alzar
la mirada, de levantar la cabeza o extender un brazo en señal de aprobación, en
último término, al centro que desde la izquierda había recibido. Y es que la
pelota cruzó gran parte del área rival y, antes de llegar a la periferia del área
chica, donde se definen muchas cosas y se crean ídolos o se derrumban
historias, la golpeó con el empeine, engendrando un tiro recio, bajo, que se
coló bajo los tres palos, a la derecha de su amigo y compañero de mil batallas.
Ese gol fue la apertura del marcador en otro de tantos clásico; partido que aún
se recuerda, más que por la trascendencia del encuentro, por la actitud de
quien anotó el primer tanto. Ni siquiera se vislumbró un pequeño gesto, un
atisbo de celebración, mientras sus compañeros de la franja llegaban eufóricos
a abrazarlo y lo conminaban a celebrar. Él sólo atinó a ir contra la corriente,
a silenciar lo que normalmente y como un gesto natural es esperado por todos:
celebrar un gol; situación que constituye una meta, el objetivo esencial del
fútbol, que implícitamente envuelve alegrías y desahogos. Pero ese gol no fue
ni será como los demás. Ni para él ni para todo un pueblo. Por algo y con justa
razón se recuerda ese gol como el “Gol
Triste”.
Al bajar la cabeza, mirar al piso
y no celebrar no faltó a sus obligaciones profesionales: convirtió y cumplió.
Es muy probable que haya herido a algún hincha del equipo al que pertenecía; pero
el gol ya estaba convertido. El marcador estaba uno a cero. Hay situaciones que
no pueden ni deben ser parte de un contrato; y aunque así hubiese sido, él las
hubiese infringido. ¿Cómo celebrar un gol contra tu equipo?, ¿cómo salir
corriendo y gritar el tanto convertido a quienes te hicieron parte de tu
familia, de tu historia?, ¿cómo ir contra uno mismo?, ¿cómo mentir(se) de esa
forma? Quizá todas esas interrogantes encuentren respuesta en el sentido de pertinencia
que genera el fútbol, porque es ahí donde lo doloroso, lo importante y lo trascendente
del gol encuentra sustento: en que fue convertido por un integrante de la
familia.
Como dijo el uruguayo Onetti, “los hechos son siempre vacíos, son
recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene” y esta
frase, esta verdad, quedó plasmada aquel 15 de abril de 1995, donde la
inherente e infinita esperanza y alegría que envuelve un gol para quien lo
consigue, y la incertidumbre y angustia para quien lo sufre, se mezclaron, se
confundieron y se materializaron aquella tarde. Para Marcelo Pablo Baticciotto
Cicaré, protagonista de esta historia, significó mucho más que otro partido de
fútbol. Y para los colocolinos también.
El “11” del cuadro universitario,
el mismo que en la semifinal, vistiendo la camiseta alba, coló casi sin ángulo
la pelota en el arco rival, luego de un carrerón interminable en uno de los
partidos más importantes de la historia del club; el mismo que escribió una
carta a sus compañeros previo a la final de la Copa Libertadores de América,
que fue instalada en el vestuario y atravesó el corazón de ese elenco que alcanzó
la cima continental, la gloria y la eternidad; el que, en aquel oasis en medio
del desierto, le convirtió un gol a Cobresal desde mitad de cancha; el que
trepó y trepó por el campo de juego sin su zapato derecho, para luego centrar y
que un compañero convirtiera; el mismo que años después, cuando la institución
tocó fondo, apareció en el inicio del campeonato con la mítica polera “A morir por el Colo. Apóyenos”,
transformándose en uno de los símbolos de ese joven plantel que luchó dentro y
fuera del terreno de juego; el que antes del partido contra Universidad de
Concepción escribió una emotiva arenga para que el equipo no descendiera a los
infiernos; el mismo que aquél día de 1995 no supo qué escribir en su libreta,
ya que la tristeza no pudo ser expresada en palabras; pero sí en ese gesto que
el pueblo albo recibió como una puñalada que cicatrizó de inmediato, gracias a
aquella mirada baja y triste de Barti, y se transformó en un recuerdo imborrable
teñido de blanco y negro.
Por lo mismo, hablar de
compromiso es hablar de Marcelo Barticciotto. Son conceptos similares, que para
el hincha colocolino terminan por confundirse y mimetizarse en este jugador que
vino desde Argentina y alcanzó la gloria; en este director técnico que
meritoriamente fue campeón; y en esta persona que, como tantos otros, es fiel
reflejo de los valores que encarna Colo Colo, que representa nuestra raza sin
igual, y que cada día agiganta más su leyenda.
Razones por las que cada vez que
se menciona el “Gol Triste” se
recuerda con alegría, con orgullo, con pasión, que es aquello que trasciende
los contratos y deberes profesionales, que es aquello que encierra el fútbol,
ese sentido de pertenencia que don David Arellano Moraga definió como “un lazo permanente de indestructible unión”
y que décadas más tarde plasmó don Marcelo Pablo Barticciotto Cicaré en el
corazón de todos los colocolinos.
Esta todo lindo lo que escribió y súper bien explicado. Pero insisto que el respeto por su equipo en ese momento era la Católica y los hinchas esperaban un gol. Así que para mi sigue siendo.. jajaja te amo mucho . Con respeto 😘😘⚽️🥅👏👏
ResponderEliminarAún trasciende. Aún importa. Aún está presente.
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