14.6.21

¿Dónde está Lázaro?

 ¿Dónde está Lázaro?, se preguntan todos. Mi mal llamada fama surgió por accidente, por el hecho extraordinario de otra persona, por lo tanto, no soy el protagonista de todo lo que ocurrió ni de lo que ocurrirá. Sólo soy un actor secundario o un mal actor de reparto.

Un día normal, de esos días grises - y no sólo por el clima – cubierto de nubes que de vez en cuando se abrían espacio para dejar pasar uno que otro rayo de sol, vino hasta mi casa Jesús, apartándose de su séquito, aprovechando que los demás comían o descansaban. Tocó mi puerta, sólo pidiendo ser escuchado, con la voz temblorosa, la mirada perdida, su destino ya escrito. Me pareció un buen hombre.

Ya se oía hablar de él en Betania, pueblo tranquilo y aburrido, donde suceden pocas cosas, y las pocas cosas que suceden se exacerban por diversión, sólo para tener algo de qué hablar. Ya se oía hablar del tumulto y excitación que provocaban sus palabras, la rebeldía de sus actos y la crispación que causaba en la autoridad.

Se presentó y sólo pidió conversar. Le conté que vivía con mis hermanas: Marta y María, la que pocos quieren nombrar. Le conté también de mi inestable condición de salud en esos momentos, de mi decaimiento permanente, aun así propicio para entablar una charla de lo humano y lo divino. Luego de un par de horas se levantó y se despidió diciendo que todavía tenía muchas cosas que hacer en el pueblo; cosas importantes y urgentes para cumplir con el objetivo encomendado.

Pasaron los días y mis fuerzas y ganas de vivir disminuyeron notoriamente. Me miraban, me analizaban, me juzgaban; y con sus miradas interrogantes expresaban un “¿qué te pasó?”, “¿por qué estás así?”. Una extraña enfermedad avanzaba acelerada y me carcomía por dentro y por fuera. Sólo deseaba cerrar los ojos y descansar… para siempre.

Llegado el momento sólo atiné a tirarme en la cama, a cubrirme con un par de mantas y esperar pacientemente mi último suspiro. Todo se oscureció; mientras, a lo lejos, escuchaba la voz exaltada e inquieta de mi hermana que pedía ayuda. Ignoro cuanto tiempo habrá transcurrido, pero un grupo de hombres, encabezados por Él, y seguido por un séquito de admiradores y curiosos que vitoreaban su nombre, se acercó hasta mi casa. Mi hermana, al relatar mi partida y mientras cada lágrima se transformaba en una súplica y un recordatorio de sus poderes milagrosos, le pidió lo imposible. Presumo que, en un acto de indecisión, Él sólo atinó a guardar silencio unos minutos, mientras los seguidores lo contemplaban, ansiosos ante el inminente y extraordinario milagro. ¿Resucitar a alguien? Nunca se había visto, Él nunca lo había realizado.

No sé cómo lo hizo, pero sólo sentí como sus manos se acercaban a mi cuerpo, mis ojos se abrieron y las lejanas voces se sintieron cada vez más cerca, pasando de la incredulidad y el asombro al éxtasis colectivo total. ¿Por qué lo hizo? Quizá fue una demostración de sus facultades ante un público en un comienzo incrédulo y alborotado después, deseoso de novedades que rompieran la monotonía. Algo así como una acción política similar a lo que vendría después, cuando su palabra y sus enseñanzas se difundieron por todo el orbe. ¿Y en qué momento estas palabras, plagadas de metáforas y enseñanzas se trasformaron en un imperio, y fueron asidas por un grupo de hombres que, en nombre de la religión, fue capaz de perseguir, juzgar y matar a quien pensara distinto? ¿Cuándo esas palabras mutaron y se convirtieron en pilares de un estado ubicado en el mismo lugar donde tenía su centro el imperio que fue capaz de crucificarlo y darle muerte? Y mientras las imágenes consideradas sagradas alzan su mirada al cielo, algunos de sus mal llamados sucesores o representantes mirarán los bolsillos o los cuerpos ajenos; y el pan y el vino que Él repartirá entre los suyos, se convertirá en hipocresía y abuso para muchos de ellos.

¿Por qué tuve que ser yo “el afortunado”, así, entre comillas? ¿No era acaso mi momento? ¿Qué será de mí después de este suceso extraordinario? ¿Él vendrá y estará conmigo como un verdadero amigo o sólo me utilizó para demostrar su poder? No lo sé. No tengo certeza de nada. Me robó la muerte, me arrebató algo tan personal, inalterable e inmanente del ser humano. Sólo espero que cuando llegue el momento en que me capturen, me encierren y me maten los romanos por ser su amigo, Él venga en mi ayuda, y no siga su camino resucitando a otros que quizás sólo querían descansar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario