11.2.20

Pequeña Crónica de un Sepelio

Una de las niñas, la más tranquila de todas, le hace gestos al gato para que se aparte de donde está. El gato, asustado, desenrolla la cola de uno de los pilares que sostienen ampolletas con forma de llamas. Una de las asistentes le tira un puntapié al gato y luego, después de levantarse lentamente de su silla, acomoda la fuente con agua que se encuentra bajo el ataúd. Entre cantos lastimosos y acordes de guitarra repetitivos, te pregunto porqué hay un pocillo con agua. Es para que no se reviente el cuerpo, me respondes. Luego averigüé que, entre otro de sus significados, es un método de pavimentar el camino del difunto hacia el cielo, hacia la denominada vida eterna. También descubrí que, como parte de las tradiciones, deben mantener la fuente con agua por nueve días, al cabo de los cuales deben bebérsela, lo que funciona como antídoto para enfermedades respiratorias, entre otras afecciones. Quizá también sirva para dirigir el camino hacia el otro mundo antes de tiempo.

Concluyo que morir es burocrático. No basta con que el alma se vaya de este mundo rápidamente. A uno lo tienen que maquillar; vestir con ropa que casi nunca usó; hay que esperar al médico para que emita el certificado pertinente, sin esperar siquiera a que se cerciore que no se trata de un caso de catalepsia; si es un día hábil hay que llevar ese documento al Registro Civil, para que un funcionario a punto de jubilar ingrese los datos en el computador, emita un mecánico y frío "mi más sentido pésame" y entregue un documento oficial que acredite el deceso... ¡como si el Estado o las instituciones públicas tuvieran algo que ver con la mayoría de las muertes!

A las pocas horas llega gente que hace tiempo no veía al difunto. Algunos para acompañar a la familia, otros por morbo, otros arrastrados por la culpa que pesa sobre sus conciencias. La casa se llena y se forman diversos grupos: los que comen, los que cantan, los que rezan, los que fuman afuera, los que esperan irse con cara de pesar, porque es la cara que hay que poner en esas circunstancias.
La misa, generalmente al día siguiente del fallecimiento, es la ocasión para que muchas señoras vayan a lucir sus trajes, los que no alcanzaron a lavar y debieron sacudirlos ante el inminente riesgo de cobijar algunas polillas. Algunos van simplemente a encontrarse con amigos de infancia o con gente del barrio. Otros van a observar como se comporta el resto.
El cura repite cada vez lo mismo, frases sacadas de un catálogo, de un manual, pareciéndose a un vendedor de comida rápida.
Pero es la forma común de despedirse de este mundo. Mejor dicho, es la forma común que tiene el resto para despedirnos de ese mundo.
Es probable que al otro lado también haya gente esperando y organicen algún recibimiento. Es probable que se pueda observar lo que ocurre y escribir algo al respecto. Sólo espero que en ese momento no haya tanta burocracia.

1 comentario: