18.11.16

La Espera

Llevo algunos minutos esperándote, sentado en la plaza, atrás del monumento a O’Higgins. El caballo, la espada y el sombrero del prócer están sucios. No quiero pensar que es obra de algún carrerista eternamente enojado. Poca gente camina por las calles, es tarde y la noche es fría. Espero ver aparecer tu pequeña figura, tu caminar raudo que se acerca con seguridad hacia mí, besarte, mirar tus ojos negros y profundos, abrazarte y seguir un camino sin rumbo conocido. Te has demorado más de lo normal, tiempo suficiente para pararme, recorrer la plaza y tratar de recordar lo que mi abuelo me dijo tantas veces, “que Carrera no ayudó”, “que O’Higgins fue terco”, que este último se refugió en la Iglesia de la Merced y mostró una bandera negra, en señal de patriotismo y no rendición. Miro al piso y hay señales de aquello, del denominado Desastre de Rancagua. Recuerdo asimismo la nevazón del noventa y tres, las clases suspendidas, la alegría de construir un mono de nieve que demoraría poco en desintegrarse; de como día tras día, en el noticiero regional, exhibieron las imágenes de la nieve cubriendo de blanco el centro de la ciudad; de las “vueltas por la plaza” que cada domingo, junto a mis hermanos, le pedíamos a mi papá y bastaban para terminar alegremente el fin de semana; de recorrer con mis compañeros de colegio la calle Estado y esperar que alguna estudiante gritara algo que nos subiera el ego.
El tiempo ha pasado y ahora me encuentro solo, caminando y recordando mi infancia, mi juventud, entre estas calles llenas de historia, llenas de alegrías y pesares. Me encuentro esperándote, sin la certeza de conocerte, con la esperanza que encierra la incertidumbre. La espera es cruel, es fría. Pero algo me dice que siga esperando; que siga recorriendo si es necesario; que llegarás.

Froto mis manos rápidamente, como cada vez que siento frío o ansiedad. Apareces sin aviso y te sientas a mi lado, con las piernas dobladas sobre el escaño, prendes un cigarro, exhalas la primera bocanada, cruzamos miradas y frases sin sentido, me acerco a ti y te beso, así, sin más. Y es esa autenticidad, esa simpleza, la que me envuelve, la que me hace pensar más de la cuenta, la que sin querer me amarra y me hace esperar; la que, en definitva, me hace olvidar la historia de estas calles y darme cuenta que llegaste, que la espera terminó.

(Cuento enviado al concurso literario Rancagua Simplemente. No apareció entre los seleccionados).