Se conocieron en una celebración que nadie sabe dónde ni cuándo. Se miraron
largo rato a lo lejos, entre mesas, gente bailando, conversaciones y un
bullicio generalizado. Ella se acercó a preguntarle algo sin importancia y
sabiendo de antemano la respuesta, algo como dónde está el baño o dónde hay
hielo. Después de la obvia respuesta comenzó la eterna e interesante
conversación de las personas que se gustan a primera vista, cuando sabes que
existe y existirá algo más allá de ese intercambio de risas y palabras.
Conversaron animosamente, se miraron y rieron bastante. Se besaron. Se besaron
por largos y felices años, caminaron de la mano como amigos, como confidentes,
como amantes. Se acompañaban en cada momento, se hicieron uno. Eran la pareja casi
perfecta que nunca terminaría, que no escondería secretos ni menos pasarían por
infidelidades. Compartieron y entregaron tanto del espacio individual que se
fusionaron, que perdieron identidad y libertad, transformándose en un tercer
sujeto, compuesto de partes de ambos. Aún así eran felices a su manera y decidieron
vivir juntos. Probablemente era lo socialmente esperado, lo habitualmente
correcto; sin embargo, compartir la cotidianeidad oscureció de cierta forma la
relación, la tornó gris, plana, carente de emoción, de pasión. Ni siquiera los
viajes, llenos de esa sensación de libertad, de plenitud, de lejana y efímera felicidad,
llenos de fotografías exhibidas al mundo como
muestras de unión y normalidad, pudieron recuperar todo lo que tenían al
principio. Ese ente, ese tercer sujeto no volvió a ser lo que era. Se entristeció,
se llenó de silencios y secretos, se enfermó lenta y dolorosamente. Era tanta
la angustia que decidió consultar con una especialista en temas de pareja. Le
recomendaron una terapeuta cuarentona, divorciada e histérica que, según decían,
ayudaba a restablecer relaciones. La terapeuta, en sus decenas de sesiones,
luego de oír y anotar en su libretita declaraciones cargadas de amor, celos,
locura y rabia; luego de un exhaustivo examen lleno de preguntas sobre la
relación y cómo le acomodaba pagarle, entregó el informe final con el
siguiente diagnóstico: “Producto de la
unión inseparable y restrictiva, voluntariamente acordada por dos personas que
se fusionaron en un solo ser, se ha llegado a la conclusión que padece una extraña
patología con síntomas de carácter terminal”.