A la mañana siguiente me levanté con buen ánimo y lleno de esperanza en conseguir el puesto. Pero todo se derrumbó al ver la camisa en el suelo, arrugada y manchada. Lo extraño era que el perro de la ropa seguía donde mismo.
El tiempo apremiaba y la única opción se reducía a ir así, con la camisa en tales condiciones, a la entrevista. No conseguí el puesto por culpa de mi mala presencia. Llegué a mi casa, me miré al espejo, y me dije a mi mismo: "El perro no es el mejor amigo del hombre".
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