Vuelvo a llenar mi vaso. Mi cabeza se vuelve extraña y mis pasos se hacen torpes. Camino rápidamente para encontrarte, para encontrarme. Me he perdido muchas veces, y nadie me ha encontrado. Ni yo mismo he sentido mi presencia algunas veces. Especialmente esos domingos calurosos de febrero y con una resaca endemoniada. Leo el diario pero nada me interesa (en esas condiciones). Lo más probable es que el lunes piense distinto y medite acerca de política, de guerras y conflictos mundiales, incluso sostendré una opinión fundada del último hito de la farándula criolla.
Pero hoy es sábado y no puedo pensar en otro domingo funesto. ¿Para todo el mundo serán iguales los domingo, aburridos y lentos?. No lo sé. De nada se pueden establecer reglas generales. Menos de los días de la semana. ¡Uf, es todo tan relativo!, pero quizás eso es lo divertido y lo esencial de la vida, lo que le da heterogeneidad a nuestro mundo.
Cada vez me siento más borracho. En silencio miro la parrilla sin carne y con las últimas brasas de la noche. Voy al baño, meo, me miro al espejo y me mojo la cara, tratando de pasar un poco la curadera. No hay toalla y me seco con la polera de mi grupo favorito.
Me aburro, me apesto del ambiente y me voy. No me despido de nadie. ¿Para qué, si los volveré a ver?. (O sea, no es seguro que me vuelvan a ver porque me pueden asaltar en la esquina y apuñalar, o un auto me puede arrollar... pero en las condiciones en que estoy no puedo y no quiero pensar en eso).
Camino algunos minutos solo. Quedaba lejos parece. Hace frío. Llego a mi casa, entro a la cocina y me como un pan con mayonesa (lo primero y más rápido que encuentro). Me acuesto y me quedo dormido con la tele prendida.
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