26.9.17

Un Viaje Imaginario

De lo que escribiré a continuación no hay fotografías, autógrafos ni testimonio audiovisual alguno.
Él no lo permite. A él no le gustan. Y siempre ha sido así, alejado de la farándula cultural, quitado de bulla; ajeno, irreverente. Como su (anti)poesía.
Cuando supe que saldríamos el fin de semana pensé en el litoral central como destino. Recordé un reportaje de hace algunos de años, con ocasión de los cien años de nacimiento del poeta, que decía que Nicanor Parra vivía en Las Cruces y que, de vez en cuando, compartía con la gente del lugar. Con algo de inseguridad y esperanza decidimos ir en su búsqueda, con el fin de conocer su casa, de verlo, aunque fuera de lejos. Dimos un par de vueltas y pregunté en un almacén. La respuesta fue clara: por esta calle al fondo y a la derecha, es una casa negra. Pasamos lentamente en auto; luego nos bajamos, husmeando por si aparecía. Me dijiste que gritáramos, que preguntáramos por él y respondí que no, que la privacidad, que está viejo y no sé qué. No perdemos nada, fue tu respuesta. Y gritaste "aló". Hasta que la enfermera a cargo salió, dudó y nos dijo que esperáramos. Pasaron cerca de veinte minutos hasta que, desde la puerta principal de la casa, nos dijo que pasáramos, que nos estaba esperando. Es una casa de playa, común y corriente, sin pomposidad ni grandes lujos, sin colecciones extravagantes; es una casa muy distinta a la del poeta de Isla Negra. Parra es así, simple, cotidiano. No necesita vanagloriarse de sus creaciones. ¿Para qué? Si le basta la chimenea, el balcón, el ventanal que da a la playa, una hoja y un lápiz. Y es en esas circunstancias donde lo encontramos en su silla de ruedas, con gorro de lana, chaleco beige y pantuflas. En esas circunstancias dónde nos mira y nos da la mano, nos pregunta de donde somos, bromea con el matrimonio igualitario. No escucha, hay que repetir las frases y levantar la voz. Es esas circunstancias donde no sé que hacer, donde las imágenes se confunden y se vuelven algo difusas. Nos muestra un libro de fotos que preparó su nieto. Pasea por cada página y toca las imágenes con sus huesudos dedos, como queriendo volver a esa época, añorando su juventud, sus viajes, sus amores. Nos mira y sonríe. Cada fotografía que pasa tiene como respuesta una mueca, combinación de alegría y desdén, y expresiones como "ésta está peor", ésta si que no". Tiene ciento tres años y se le nota. Nos despedimos y nos invita para que la próxima vez conozcamos el segundo piso. Espero que haya una segunda vez. Al salir veo una máquina de escribir instalada como trofeo de guerra y una foto de Violeta, su querida hermana. 
Fue una gran experiencia que gracias a tí, mi Cecita, se pudo realizar. El recuerdo es confuso y es probable que se mantenga así. Me siento como el hombre imaginario, escribiendo sobre algo que ocurrió en un mundo imaginario, en lugares y tiempos imaginarios...

3 comentarios:

  1. Fue el mejor viaje imaginario que sólo lo vivimos los dos cumpliendo uno mas de tus sueños... Como dices tú no hay recuerdos de ese gran momento pero quedará como una linda anécdota para nuestros hijos e nietos. TE AMO MUCHO una aventura más de muchas más que vendrán. 😘😘😘😘!!!

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  2. Fue el mejor viaje imaginario que sólo lo vivimos los dos cumpliendo uno mas de tus sueños... Como dices tú no hay recuerdos de ese gran momento pero quedará como una linda anécdota para nuestros hijos e nietos. TE AMO MUCHO una aventura más de muchas más que vendrán. 😘😘😘😘!!!

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  3. Sí amor. Fue algo increíble. ¡Gracias! Una aventura más de muchas. ¡TE AMO MUCHO!

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