Sábado, 10.10 am. Lo primero que hago luego de abrir los ojos es prender el televisor. Alemania sobrepasa a Argentina por la cuenta mínima. Ése número delgadito, que sería el primero del cuarteto, me daba la sensación que la albiceleste quedaría en el camino. No siento rencor, envidia ni nada parecido por los jugadores trasandinos, por el contrario, los respeto, los miro y los admiro (a algunos). El asunto que no deja indiferente a nadie es Diego. Todos lo conocen, algunos más, otros menos, pero todos tienen una opinión de él. Y me refiero a Maradona como un asunto, porque, aparte de ser un gran ex jugador de fútbol, es un tema. Sus dichos y hechos provocan, alimentan dudas, risas, cuestionamiento o repulsión. Gran parte de su vida se ha visto envuelta en escándalos, cubierta de polémicas graves y otras no tanto.
Como futbolista “el Diego de la gente” era magnífico (si bien no ví sus mejores momentos, no creo que todo el mundo esté equivocado al opinar de las grandes condiciones del Pelusa), un genio, un artista del fútbol. Pero con el pasar de los años ése joven talentoso se desvió de camino, se espantó con tanta fama, dinero, mujeres y drogas, se espantó de tener el mundo – y quizá algo más- a sus pies. Así, luego de un silencio futbolístico (no mediático) llegó como entrenador de la Selección Argentina, más por presión periodística que por méritos de estratega. Y es aquí donde se ha dedicado a hablar y a hablar. Ha dicho de todo, desde criticar a Pelé a decir que Alemania era un equipo carente de ideas. El 10 grita, gesticula, se abraza, se arrodilla, quiere ser el alma de la fiesta, pero hasta hoy duró su actuación. ¿Cambiará de actitud luego del partido de hoy? Sinceramente no lo creo.
A pesar de todo los argentinos lo apoyan, y pasan de cantar “Maradóo…, Maradóo…” a desear tímidamente su salida del banco del seleccionado, para no hacer sufrir al ídolo. Así, terminan siendo cómplices de un dios terrenal que está perdiendo fieles, de un ser casi mitológico que más que dios es un semidios, es decir, fruto de la unión carnal de un dios y un ser humano, quizás la combinación imperfecta del dios del fútbol y algún humano lleno de vicios, arrepentimientos pasajeros y excesos.
Parece que hoy a Diego Armando Maradona le faltó una mano, precisamente ésa del partido contra Inglaterra en el ‘86, la llamada “Mano de Dios”, que hoy le debe parecer más esquiva y lejana que nunca.
Como futbolista “el Diego de la gente” era magnífico (si bien no ví sus mejores momentos, no creo que todo el mundo esté equivocado al opinar de las grandes condiciones del Pelusa), un genio, un artista del fútbol. Pero con el pasar de los años ése joven talentoso se desvió de camino, se espantó con tanta fama, dinero, mujeres y drogas, se espantó de tener el mundo – y quizá algo más- a sus pies. Así, luego de un silencio futbolístico (no mediático) llegó como entrenador de la Selección Argentina, más por presión periodística que por méritos de estratega. Y es aquí donde se ha dedicado a hablar y a hablar. Ha dicho de todo, desde criticar a Pelé a decir que Alemania era un equipo carente de ideas. El 10 grita, gesticula, se abraza, se arrodilla, quiere ser el alma de la fiesta, pero hasta hoy duró su actuación. ¿Cambiará de actitud luego del partido de hoy? Sinceramente no lo creo.
A pesar de todo los argentinos lo apoyan, y pasan de cantar “Maradóo…, Maradóo…” a desear tímidamente su salida del banco del seleccionado, para no hacer sufrir al ídolo. Así, terminan siendo cómplices de un dios terrenal que está perdiendo fieles, de un ser casi mitológico que más que dios es un semidios, es decir, fruto de la unión carnal de un dios y un ser humano, quizás la combinación imperfecta del dios del fútbol y algún humano lleno de vicios, arrepentimientos pasajeros y excesos.
Parece que hoy a Diego Armando Maradona le faltó una mano, precisamente ésa del partido contra Inglaterra en el ‘86, la llamada “Mano de Dios”, que hoy le debe parecer más esquiva y lejana que nunca.
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