7.5.09

Resaca en Viaje

Es un viaje de mierda. Caña extrema, peleas familiares, tu constante deseo de volver y mi incertidumbre laboral hicieron de ese trayecto una real basura. Como uno de esos episodios que quieres y necesitas olvidar, pero por más que tratas no puedes eliminar esa pesadumbre, ese incómodo recuerdo. Además, una mezcla de perfumes, desodorante ambiental y silicona que acentúan mis náuseas y mis gansa incontrolables de vomitar… Sí, siempre me ha molestado ese típico afán de abusar de la silicona, de bañar las superficies hasta que queden tan resbalosas que ni el conductor logra tomar bien el volante. ¡Y qué decir de los pinitos olor vainilla!
Hace mucho calor, y en la radio suena “Sube a nacer conmigo hermano”, pero al parecer nadie en éste viaje se atreverá a cruzar palabra o decir alguna frase suelta para distender el ambiente, para que nos tratemos como hermanos, como dice la canción. Parece que es un especial de Los Jaivas, porque ahora suena Todos Juntos. Mi papá dice que le gusta la canción, que es de su época, y otras cosas más, pero repentinamente cambia el dial, y vocifera contra los de tal o cual tendencia política.
Los demás hace rato que duermen, pero yo, por más que trato, no puede conciliar el sueño; así es que prefiero mirar el paisaje y acordarme de lo de anoche. No es mucho en realidad. Ninguna novedad. Harto alcohol, música, risas, alcohol y más alcohol. Ahora pienso que mi problema no es emborracharme, desinhibirme, hablar más que de costumbre, sino que definitivamente el problema es la resaca. Esa sensación de gravedad, de nocividad corriendo por tu cuerpo, y de angustia en ciertas ocasiones. Angustia de la que nace el “no tomo más” lleno de cinismo y vergüenza por todas las veces proferido y tantas más no cumplido. Si no fuera por la resaca… pero es la consecuencia necesaria e inevitable de tomar a destajo. Es como caer del cielo a la tierra en pocas horas. Y caer de golpe. Pero lo más probable es que te levantaras y el próximo fin de semana tendrás el vaso elevado y dirás “¡salud!”.
Adelantamos un camión cargado de cerdos, que me miran como diciéndome “tú deberías estar aquí”. Les devuelvo la mirada y no les respondo. Quizás porque realmente debería estar ahí o porque tampoco me entenderían…si ni yo a veces me entiendo.
Parece que tanto reflexionar, mirar el paisaje y escuchar un sinfín de canciones que no pondría en mi pendrive, me alivió el feroz malestar etílico que me perseguía y me atacaba constantemente. Incluso me dio hambre y estamos cerca del restaurante al que solemos pasar cuando viajamos. De pronto todos despiertan, quizás con las mismas ganas de comer que yo. Poco a poco nos acercamos al local, pero mi papá acelera y sobrepasa un camión lleno de cervezas. Sigo mirando por la ventana y el restaurant en que saciaría mi hambre queda atrás. Nuevamente me siento pésimo y vuelven mis ganas de vomitar.

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