Si cada persona considerada individualmente fuera como un Estado, podríamos afirmar que todos mantenemos relaciones o tratados con países vecinos (entiéndase, otras personas); que nuestra forma de gobierno, obviamente, sería un dictadura, monarquía o tiranía, dependiendo de la relación de cada uno consigo mismo. Excluyo de plano la democracia, que etimológicamente significa “gobierno del pueblo”, porque de qué pueblo estaríamos hablando si tan sólo es una persona.
Nuestro abastecimiento moral, afectivo y económico se desarrollaría gracias a la relación constante con los demás estado (personas). Como contrapartida, desataríamos guerras entre nosotros mismos.
Sin embargo, el problema surge al acontecer hechos similares a un golpe de estado o guerra civil; situaciones que no nos hacen más que dudar, y enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestros temores y expectativas, a nuestro pasado, presente y futuro. Y en caso de encontrar una solución, lo más probable será que lleguemos dificultosamente a ella, y sin la convicción necesaria para creer que fue lo más acertado.
Todos tenemos una historia y una forma de actuar frente a los demás. Historias que, al fin y al cabo, queramos o no, se entrecruzan y construyen nuestra vida en sociedad. Dicen que la historia se escribe con sangre. Yo agregaría que cada uno de nosotros escribe su historia con sangre, sudor y lágrimas. ¿Lágrimas de alegría o de dolor?. Respóndelo tú mismo.
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