De un tiempo a esta parte mis despertares son increíbles, maravillosos, apoteósicos. Me levanto de inmediato al escuchar el agradable sonido del despertador, con un ánimo irrepetible y sin precedentes. No hay ruido en el departamento y la temperatura es óptima. Me dirijo a la cocina - que siempre está limpia -, y prendo el calefont. Tomo una agradable ducha usando jabón y shampoo de magnífica calidad.
Mis desayunos son muy nutritivos, ya que costan de fruta, leche, y pan con queso, jamón o algo similar. Tomo mi mochila que pesa muy poco, casi nada. El ascensor siempre está en el quinto piso, y esperándome con la puerta abierta. El conserje siente que dicho aparato baja y raudamente se para y me abre la puerta con una agradable "buenos días joven, ¿cómo está?" en su sonriente rostro. La temperatura exterior es agradable, pero soy precavido y mantengo puesto mi polerón de un alegre color negro. No se escuchan bocinazos ni cosas por el estilo. Llego a la carretera, y justo sobre el paso nivel, por donde pasa el Metro - medio de transporte de una envidiable comodidad y rapidez -, abro mi mochila, saco los cuadernos y libros, los abro por la mitad y, si es mi día de suerte, volarán, transformándose así en extrañas aves que repartirán conocimiento a distintas latitudes del planeta.
Mi apacible ruta continúa e inhalo de la felicidad que flota en las calles. Todo funciona bien. Bueno, casi todo,
excepto por un perro que defeca en las inmediaciones de un grifo.
Los diarios y revistas del kiosko que suele cruzarse en mi camino sólo hablan de buenas noticias.
De este modo, con muchas ganas, comienzo un nuevo día de estudio... que espero continue así.
Mis desayunos son muy nutritivos, ya que costan de fruta, leche, y pan con queso, jamón o algo similar. Tomo mi mochila que pesa muy poco, casi nada. El ascensor siempre está en el quinto piso, y esperándome con la puerta abierta. El conserje siente que dicho aparato baja y raudamente se para y me abre la puerta con una agradable "buenos días joven, ¿cómo está?" en su sonriente rostro. La temperatura exterior es agradable, pero soy precavido y mantengo puesto mi polerón de un alegre color negro. No se escuchan bocinazos ni cosas por el estilo. Llego a la carretera, y justo sobre el paso nivel, por donde pasa el Metro - medio de transporte de una envidiable comodidad y rapidez -, abro mi mochila, saco los cuadernos y libros, los abro por la mitad y, si es mi día de suerte, volarán, transformándose así en extrañas aves que repartirán conocimiento a distintas latitudes del planeta.
Mi apacible ruta continúa e inhalo de la felicidad que flota en las calles. Todo funciona bien. Bueno, casi todo,
excepto por un perro que defeca en las inmediaciones de un grifo.
Los diarios y revistas del kiosko que suele cruzarse en mi camino sólo hablan de buenas noticias.
De este modo, con muchas ganas, comienzo un nuevo día de estudio... que espero continue así.
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